María ayuda a sus hijas a adquirir las virtudes
I. Sabes bien, hija mía, que es voluntad de Dios que todos los hombres se santifiquen. ¿Por qué, entonces, te has quedado tan atrás en el camino de la santidad? ¿Por qué has hecho tan pocos progresos en la virtud? ¿Es quizás porque nunca has tenido esa generosa voluntad que todo lo logra, y porque has desestimado los medios para santificarte? Pero, si estás firmemente decidida a amar y honrar a María tu Madre en el futuro, no dudes de que en su ejemplo y protección encontrarás un socorro muy poderoso, y en poco tiempo alcanzarás un alto grado de virtud. La devoción a María será para ti como un brillante aurora precursor del sol de justicia; el amor que tengas por mi santa Madre no dejará de producir en tu corazón el ardiente deseo de agradarle e imitarla. A la vista de una Madre tan humilde, tan pura, tan santa, tan enriquecida de virtudes, te apegarás a la humildad, la pureza, la obediencia, la oración y todas las demás virtudes que puedan hacerte querida de Dios y de la Virgen María. Si comienzas a amar sinceramente la virtud y la santidad, ¿crees que tu Madre dejará de ayudarte eficazmente? ¡Ah! Hija mía, ella se prestará a ello con un desvelo mucho más allá de tus deseos, porque María tiene más a pecho tu salvación que tú misma.
II. María es la Madre del amor perfecto, del temor de Dios, de la verdadera sabiduría y de la santa esperanza. En ella reside toda la esperanza de vida y de virtud, toda la gracia de justicia y de verdad. Ahora, si todos, implorándola, pueden esperar su asistencia para adquirir las virtudes, ¿cómo no la obtendrás tú, si verdaderamente la honras y amas? Así como el águila que invita a sus crías a volar, levantándolas y sosteniéndolas con sus alas, así también María, de mil maneras diferentes, te inspirará el deseo de santidad, será tu guía, modelo, ayuda y sostén. Te hará conocer la vanidad de las cosas de este mundo y el precio infinito de los bienes celestiales. Te propondrá el ejemplo de tantos ilustres devotos suyos que, buscando imitarla, llegaron a gran perfección y recibieron de ella los más tiernos testimonios de afecto. Te hará disfrutar de las inefables dulzuras que son la parte de las almas fervorosas. En una palabra, hará brotar en ti continuamente nueva fuerza y nuevo vigor por medio de aquellas gracias eficaces, que ella tan abundantemente alcanza para quienes la aman. Fortificado con tales gracias, no habrá vicio que no extirpes, virtud que no adquieras, santidad que no consigas. Oh, hija mía, ¿cómo dejarás de amar a María, que puede tan fácilmente y tan eficazmente conducirte a la perfección?
III. Cuando te exhorto con tanta insistencia a que ames tiernamente a María, es un favor de los más singulares que reservo para mis esposas más queridas, para aquellas que quiero unir conmigo de manera más inviolable; es uno de los principales medios que mi amor les prepara para alcanzar la más eminente santidad. Si nunca has visto a alguien hacer progresos en la virtud sin ser devoto de María, tampoco has visto a un verdadero devoto de María ser arrastrado a la tibieza. Feliz de ti, si, conociendo el don de Dios, logras conseguir la protección de María, con amor tierno y constante. Porque serás resuelta, pondrás tu mira en la santidad, serás especialmente sostenida por la gracia divina y avanzarás de virtud en virtud hasta que veas al Dios de los dioses en la celestial Sion. No te separes, pues, nunca, hija mía, de tan tierna Madre: ámala, y ella te salvará; tenla estrechamente en tu corazón, y ella te elevará y glorificará, adornando tu frente con la inmortal corona de la vida eterna.
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