terça-feira, 13 de agosto de 2024

Jesús hablando al corazón de las hijas de María - 24º Capítulo

 

Cuánto debe amar una hija de María la pureza

    I. Hija mía, te he dicho ya que, si verdaderamente amas a María de todo corazón, imitarás sus virtudes. Ahora presta toda tu atención a mis palabras y te mostraré cuáles son las virtudes que principalmente te harán aceptable a María si las cultivas en ti. La primera, la principal de todas, es esa virtud sublime que hace a los hombres semejantes y de algún modo superiores a los ángeles, quiero decir la pureza virginal. ¡Oh! Si supieras cuán queridas son para María entre sus hijas aquellas que conservan esta bella virtud en toda su integridad. Fue la virtud predilecta de María; virtud de la cual todos sus hijos se mostraron siempre muy devotos. El amor de María a la virginidad, la generosidad con la que la ofreció al Señor, el cuidado con el que la conservó en todo su esplendor fueron tales que hasta los mismos ángeles estaban arrebatados de admiración: María demostró ser tan firme en su resolución de conservar la virginidad que habría renunciado a la dignidad sublime de Madre de Dios si esta dignidad hubiera podido menoscabar su pureza virginal. Entonces, piensa si una Madre tan pura y tan amante de la pureza podrá dejar de amarte tiernamente una vez que la imites en esta virtud.

    II. Y, ¿cómo no va a ser esta virtud la que te haga querida por María, si también te hace querida por mí? Sabes que, si la pureza fue la virtud predilecta de María, también lo fue para mí. Observa cuánto amé esta virtud: no permití que se levantara la menor sospecha sobre mi proceder. Mira el elogio que hago de ella en mi Evangelio y el cuidado que puse en inculcarla a mis discípulos. Mira con qué privilegios son favorecidos en el cielo todos los que han conservado la virginidad. ¿Acaso no fue esta virtud virginal la que, con su belleza celestial, me atrajo al casto seno de María, para tomar en él la naturaleza humana? ¡Ah, hija mía, ni siquiera puedes imaginar cuánto nos serás agradable a mí y a María si practicas constantemente esta bella virtud de la pureza! Tienes una prueba de esto en mi apóstol Juan, quien, al haber sido singularmente aficionado a esta virtud, recibió de mí tan tiernas demostraciones de amor, que fue llamado mi discípulo amado y tuvo la inestimable felicidad de sustituirme ante María en calidad de hijo. Esfuérzate, pues, hija mía, esfuerzate por conservarte pura y casta si deseas que María y yo te miremos con complacencia.

    III. También debes saber que esta virtud de la pureza, por muy bella y preciosa que sea, pierde su brillo con mucha facilidad. Es como un lirio delicado que se marchita con el menor toque; es como un cristal que se empaña con el menor aliento; es como un tesoro precioso encerrado en un vaso frágil que se rompe con el menor golpe. Una simple mirada, una broma, una palabra, un pensamiento pueden manchar esta bella virtud. Y ¡ay de ti si la pierdes! Aunque tengas todas las otras virtudes, si no eres casta, no puedes agradar a María; antes bien, te mirará con horror e indignación. Si deseas conservar la pureza, guarda tus sentidos con recato, mortifícate con la penitencia que te sea permitida, huye de las ocasiones peligrosas, desconfía de ti misma, acércate frecuentemente al tribunal de la penitencia, susténtate con mi cuerpo virginal, no ceses de encomendarte a la Madre de la santa pureza, a la Reina de las vírgenes, a María tu Madre, para que te tome bajo su protección.

FRUTO
    Los santos más afeiçoados a María siempre han sido los más afeiçoados a la santa virtud de la pureza. Si San Luis Gonzaga fue un ángel de pureza, debió principalmente este favor al tierno amor que tenía a la Santísima Virgen: basta escuchar su nombre para ver cómo su rostro se inflamaba completamente. Si deseas, pues, como de cierto deseas, agradar a María, sé muy aficionada a la pureza: procura conservarla en todo su esplendor. Descubre ingenuamente a tu confesor, no solo las faltas más leves de las que tu conciencia te acuse contra esta santa virtud, sino también las tentaciones que te sobrevengan, las cuales debes repeler prontamente, invocando a Jesús y María, buscando al mismo tiempo una distracción útil. Nunca dejes de rezar, por la mañana y por la noche, en honor de Nuestra Señora, tres Ave Marías, pidiendo a esta buena Madre que te tome bajo su protección y no permita que consientas en algún pensamiento, palabra o acción contra la castidad. Hoy rezarás tres veces el himno Ave Maris Stella, para que María te conserve en estas felices disposiciones.

AFECTOS
    ¡Oh Virgen purísima y mi Madre, María! Me alegro contigo porque fuiste las delicias de Dios y la admiración de los ángeles por tu incomparable pureza. Quisiera imitarte en esta virtud para ser agradable a Dios y a ti, y seguir al Cordero sin mancha. Pero si tú no me guardas, ¿cómo podré conservar este bello lirio en toda su blancura? Bien lo ves, estoy decidida a huir de todas las ocasiones que puedan exponerme a perder este precioso tesoro. Pero también ves cuán inconstante soy en mis resoluciones, cuán fácil es dejarme arrastrar por las seducciones del mundo; ves los peligros en los que me encuentro, ya sea por los objetos que me rodean, ya sea por las sugerencias del demonio, ya sea por la fragilidad de mi propia carne. ¡Ah, Virgen amabilísima, protégenme con el manto de tu pureza; obténme un horror extremo al pecado; fuerza inquebrantable para resistir todos los ataques del enemigo, y la gracia de recurrir prontamente a ti cuando sea tentada. No me niegues esta gracia, ¡oh María! Pues tú misma me inspiras a pedirla.

ORACIÓN JACULATORIA
"Virgen María, haced que guarde inviolablemente la pureza de mi alma y de mi cuerpo."

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