Cuánto debe aplicarse una hija de María a practicar la humildad
I. Hija mía, la pureza es hermana de la humildad; si esta última falta, la otra, tarde o temprano, también desaparecerá. Por eso, si deseas agradar a María con la pureza, también debes imitar su humildad; ella desea que sus hijos se muestren amantes de esta virtud, de la cual ella misma dio los ejemplos más brillantes. Contempla su vida en la casa de Nazaret, cuando el ángel Gabriel le anunció el gran misterio de la Encarnación que debía cumplirse en ella.
II. ¿Podría haberse humillado más? El ángel Gabriel la saludó llena de gracia, y este elogio la perturbó; lo que ella quería era solo humillarse y confundirse. El ángel le anuncia que concebiría en su seno, por obra del Espíritu Santo, al Hijo del Altísimo; que sería exaltada por encima de todas las simples criaturas; y ella no quiere otro título más que el de esclava del Señor. Convertida en Madre de Dios, va con toda prisa a la casa de su prima Isabel para ofrecerle sus servicios. Isabel exclama de admiración al ver las maravillas que se producen solo con la presencia de la Virgen; la llama bendita entre todas las mujeres y la llena de honores y alabanzas. María atribuye todo a Dios; solo se considera feliz porque Dios se dignó mirar la humildad de su sierva. Pero... No acabaría si quisiera narrarte los grandes ejemplos de humildad dejados por tu Madre. Recorre toda su vida y siempre verás en ella resplandecer la humildad. ¿No bastará esto para inflamarte en el deseo de imitarla en esta virtud, que le fue tan querida y que por sí misma es tan excelente?
III. Y en verdad, la humildad, oh hija mía, es el fundamento de todas las otras virtudes. Si no eres humilde, en vano esperas progresar en la virtud. Sin humildad, todo el edificio de la vida espiritual se derrumba en ruinas. Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. La humildad es el camino más seguro para llegar a la gloria, porque todo el que se humille será exaltado, y todo el que se exalte será humillado: cuanto más te vuelvas pequeña por la humildad, tanto mayor serás en el reino de los cielos. La humildad es la virtud que más decididamente vine a enseñar al mundo y ejemplificar en mí; quien más progresos haga en esta virtud, más será amado por mí y con particular gloria recompensado. María tuvo para mí tantos atractivos porque era virgen: y si fue digna de concebirme, fue por ser humilde. Si deseas, pues, avanzar en la virtud y hacerte digna de mis favores, sé humilde; si deseas agradar a María, tu dulce Madre, imítala en la humildad.
IV. María fue humilde de corazón, humilde en las acciones y en las palabras. Si deseas imitarla, debes también ser humilde. Y primero que todo, sé humilde de corazón; cuida de no tener orgullo en nada; piensa que todo lo que posees, virtud, talentos, riquezas, todo te viene de Dios, y que de ti misma no tienes sino imperfecciones y miserias. Nunca menosprecies a nadie en tu corazón y no te tengas por mejor que los demás; al contrario, considera a todos como mejores que tú, para que no suceda que seas la última de todos delante de Dios. Nunca lleves el amor de ti misma al punto de no poder soportar una afrenta o una reprimenda; al contrario, estima ser reprendida y despreciada; no imagines que has adquirido una verdadera humildad si no sabes alegrarte con los desprecios, así como antes te alegraban los honores. Sé también humilde en tus obras y palabras: sométete a todos, especialmente a tus superiores; usa de dulzura y mansedumbre con todos y evita disputas y contenciones; reconoce ingenuamente tus faltas y guarda de decir algo en tu alabanza. Sé que al principio te costará; pero ¡ánimo! Poco a poco las dificultades desaparecerán, María te prodigará sus favores y grande será la gloria que disfrutarás en el cielo.
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