Una hija de María debe mortificarse por su amor
I. Si María te pidiera que te privaras de alguna pequeña cosa, de algún placer, y esto por su amor, ¿se lo negarías, hija mía? Pues bien, debes saber que María desea que, por su amor, algunas veces te mortifiques; no porque tenga placer en contrariar tus gustos razonables y legítimos, sino porque quiere probar tu amor y buscar tu bien. Todos saben amar con palabras; pero no todos saben privarse por otro de lo que les gusta. Solo quien verdaderamente ama es capaz de tal sacrificio, y es este signo el que María quiere ver en tu amor. Sin embargo, te deja completamente libre en cuanto al número de mortificaciones que desees hacer. Te diré solamente: cuanto más generosa seas en este aspecto, tanto más ella te otorgará sus favores celestiales. Pero si María espera que le des este testimonio de amor en todo momento, espera especialmente en los días de la semana que le son consagrados y en las vísperas de sus fiestas. ¿Tendrás valor para negarle este obsequio en tales días?
II. Considera bien que tu Madre no te pide nada en este punto que no sea muy razonable. En primer lugar, quien ha pecado tiene la obligación de hacer penitencia, y es muy importante para ti sufrir las penas debidas a tus pecados mientras estás aquí en la tierra, para no tener que sufrir todo el rigor de las horribles llamas del Purgatorio después de la muerte. Por otro lado, aunque fueras inocente, sin mortificación te sería difícil, para no decir imposible, mantener intacta la pureza de tu alma por mucho tiempo; porque, quien quiere librarse del pecado, debe comenzar por la mortificación de sus deseos y gustos, aunque sean legítimos, para estar en estado de repeler los deseos pecaminosos en el momento de la tentación. Además, ninguna virtud podrás adquirir por otro medio que no sea la mortificación, porque la naturaleza corrompida se inclina más al mal que al bien. De donde se concluye que avanzarás en la virtud en la medida en que ejerzas violencia sobre ti misma. En una palabra, no hay otro camino para alcanzar la virtud que el sufrimiento y la tribulación. Para llegar al reino del cielo es necesario hacerse violencia a sí mismo, y solo lo logran quienes se vencen. Por este camino entraron mis santos; por este camino yo mismo entré. Quien quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Si esto es así, ¿cómo te negarás a imponerte, por amor de María, algunos actos de mortificación, que incluso tu propio interés te hará practicar? Por lo tanto, ves que esta buena Madre solo busca tu bien. No te muestres, pues, remisa cuando se trata de agradarle.
III. María no exige de ti ayunos rigurosos o duras maceraciones: hay muchos actos de mortificación que le son muy agradables y que puedes practicar fácilmente, con tanto mayor fruto para tu alma cuanto más frecuentemente se presentan las ocasiones para realizarlos y con menor peligro de desvanecerse al practicarlos: por ejemplo, moderarte en el uso de los alimentos, contentándote con los que te presentan, sin quejarte; hacer alguna abstinencia o ayuno, si lo permite tu salud; frenar tu curiosidad siempre que se trate de cosas indiferentes; ser más discreta y reservada en tus palabras; derramar en el seno de mis pobres una parte del dinero destinado a tus pasatiempos y vanidades; no dejarte vencer por la pereza; ser puntual en el cumplimiento de tus deberes, aunque a veces te cueste; condescender fácilmente con tus iguales en las cosas lícitas; soportar pacientemente los defectos de los demás; no mostrar resentimiento por las injurias que te hagan; en una palabra, cualquier acto en el que renuncies a tu voluntad para cumplir con la mía. ¡Cuántas ocasiones, cuántos medios facilísimos para mostrar tu amor a María y atraer sus favores! Para ello solo basta de tu parte algo de vigilancia y buena voluntad. Ahora María espera de ti lo que puedas hacer para agradarle.
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