Eficacia de la intercesión de María
I. ¡Oh, hija mía, inmensas son las gracias que hasta hoy has obtenido de tu buena Madre! Pero mucho más tienes derecho a esperar para el futuro, ¡si la amas con todo tu corazón! Ella obtiene de Dios todo lo que desea; y para ser escuchada basta que pida. Sí, hija mía, recuerda bien esto: no hay gracia que María no pueda obtener. Es que mi divino Padre se complace en honrar en el cielo a quienes lo honraron en la tierra; y, como nadie después de mí lo amó y lo honró tanto como María, nadie después de mí es más honrado y amado por Dios que María. Aun más, —Ella, por sí misma, amó a Dios más que todos los ángeles y santos juntos; es justo, pues, que sea honrada y amada por Dios más que todos los bienaventurados juntos. Ahora juzga la eficacia que deben tener las oraciones de María para obtener de Dios cualquier gracia. ¿Y qué gracia habrá que no puedas esperar de su intercesión? ¿Cuál no sería tu confianza si supieras que los ángeles, los arcángeles, los tronos, las dominaciones, los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, los confesores, en una palabra, toda la corte celestial se interesara por ti? Pues, ¿cuánta más confianza no debes tener en las oraciones de María, de la cual un solo suspiro tiene más poder ante Dios que las oraciones de todos los santos juntos? Solo esta consideración debería bastar para que la ames cada vez más.
II. Hija mía, considera cómo las peticiones de María son para mí peticiones de Madre. ¿Puede un buen hijo negar algo a su madre? ¿Debería yo negar alguna gracia a una madre como la mía; a la más querida y amada de las madres; a esa Madre que me amó con el amor más tierno, más puro y ardiente? Sabes que vine al mundo para dar ejemplo de todas las virtudes, y especialmente de obediencia; y también sabes que toda mi vida estuve sujeto a María. Y, aunque no debería en modo alguno depender de ella en lo que respecta a la distribución de las gracias, sin embargo, hasta en esto quise serle sumiso, tanto para tu instrucción como para mostrar mi gratitud a tan buena Madre. Por eso, no habiendo llegado aún la hora de manifestar al mundo mi poder divino, cuando mi Madre lo deseó, en las bodas de Caná, no pude negarle esta consolación; ¡tan poderosas eran para mi Corazón las peticiones de María! De aquí podrás concluir si podría dejar de atenderla, ahora que la he elevado al más alto grado de gloria en mi reino celestial, y la he coronado Reina del cielo y de la tierra. No, hija mía; es imposible que María deje alguna vez de ser escuchada. Para agradar a los otros santos, que son mis servidores y amigos, deseo atender a sus peticiones; pero las de María, como peticiones de Madre, me obligan de algún modo a despacharlas.
III. ¿Y cómo podría yo dejar de atender las súplicas de mi Madre, si incluso deseo que ella las haga, para poder demostrarle, con una pronta respuesta, cuánto la amo y cuánto le estoy agradecido por todo lo que hizo y sufrió por amor de mí? ¡Oh, si supieras cuánta alegría siento en complacerla! Solo yo puedo apreciar el amor que me tuvo y los trabajos que esta Madre amantísima sufrió por mí; y por eso, también nadie, como yo, podrá comprender toda la extensión de mi amor y gratitud hacia ella, y cuánto deseo agradarle. Incluso si me pidiera las gracias más extraordinarias, incluso si intercediera por los pecadores más desesperados, no dejaría yo de escucharla y atenderla. En la tierra, nunca me negó nada; también yo en el cielo no le negaré nada. Sus súplicas tienen para mi Corazón todo el poder de una orden formal; su intercesión es de alguna manera omnipotente; todo lo que puedo hacer por el bien de la humanidad basta que ella lo quiera, para yo hacerlo. ¡Bienaventurado quien logre conseguir la protección de tan poderosa abogada! ¡Bienaventurada también tú, si siempre tienes a María como Madre; porque ella será tan diligente en concederte las gracias que necesites, cuanto es poderosa para obtenerlas!
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