Prontitud de María para escuchar las oraciones de sus hijos
I. María es poderosísima ante Dios, pero ¿de qué te serviría su poder si ella no te prestara atención y se negara a escuchar tus oraciones? ¿Sería esta Madre toda ternura y cuidado, si, pudiendo, no quisiera socorrerte y te abandonara en medio de tus más urgentes necesidades? Mira, hija mía, si es posible suponer tal indiferencia en esta querida Madre, en María, que tanto te amó y que siempre tuvo un corazón tan tierno y compasivo, que nunca nadie sintió sus propias penas tan vivamente como ella sintió las de los demás. ¿Será por estar en la gloria que no querría mirar tu pequeñez? ¡Ah! Si María se mostró tan buena y clemente mientras vivió en la tierra, ¡cuánto más clemente no será ahora que reina en el cielo, donde le es más fácil conocer y aliviar tus males! Y ¿quién más que María, tu dulce Madre, desea socorrerte en tus necesidades? Asegúrate, hija mía, de que, así como ella es más poderosa que todos los santos juntos, así también desea ardientemente tu bien y nunca será invocada en vano.
II. ¿Y quién impedirá a María escucharte todas las veces que la invoques desde el fondo de tu corazón? ¿Tus numerosísimas culpas? No, no. Ella se muestra benigna y clemente con todos sin excepción y se compadece ternamente de las faltas de todos. En su inmensa caridad se hizo todo para todos, se convirtió en deudora de todos, no solo de los justos, sino también de los pecadores; a todos les abre los tesoros de su misericordia para que participen de la plenitud de su gracia. ¿Quién, en verdad, recurrió a María, que no fuera escuchado? ¿Quién dejó de ser acogido con bondad? Recorre cuidadosamente las páginas evangélicas y verás si encuentras en María dureza o austeridad; interroga todas las edades, todos los siglos, y dime si alguna vez algún pecador, por malo que fuera, se dirigió en vano a María. Y si tu Madre es llena de bondad, gracia, mansedumbre y misericordia para todos los que la invocan, ¿qué será ella para ti, a quien has puesto todo tu amor y toda tu confianza en ella? ¡Ah! Si alguna vez has implorado su amparo sin que ella te extendiera su mano compasiva, consiento en que para siempre olvides su gran misericordia.
III. Si amas a María con un amor verdaderamente filial, no solo la encontrarás siempre pronta para escucharte, sino que, si es necesario, ella será aún más pronta para volar en tu socorro que tú misma al invocarla; adelantará tus deseos, velará por ti y te protegerá aún antes de que pienses en implorarla. ¿Recuerdas lo que hizo en las bodas de Caná? Al darse cuenta de que faltaba el vino, recurrió a mi omnipotencia sin que nadie se lo pidiera. —Ahora, si hizo tanto por una causa temporal para evitar algún inconveniente a los esposos que la habían invitado, ¿qué no hará ella por la salvación eterna de una hija que se le ha dedicado por completo? ¡Ah, hija mía, no comprendes que esta buena Madre desea tu bien aún más de lo que tú misma lo deseas, y que dejar de recurrir a ella por miedo a no ser escuchada es hacerle una injuria? Aquí tienes, pues, con cuánta confianza y certeza puedes y debes recurrir a María. Aquí tienes lo que puedes esperar en tus necesidades si a ella recurres con toda la efusión de tu corazón. Pero observa también cuánto debes amar a una Madre tan poderosa y tan dulce, que puede y quiere hacerte toda clase de bienes.
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