Otras virtudes de María
I. Hija mía, te he hablado de la pureza y santidad de María. Considera aún otras virtudes y otras prerrogativas, ciertamente menos excelentes que las primeras, pero que no dejarán de parecerte amabilísimas en mis santos. ¿Acaso encontrarás en ellos alguna virtud, alguna excelencia que María no haya poseído en grado supremo? Si lo piensas bien, verás que no hay gloria alguna que en ella no tenga mayor brillo. Todas sus acciones fueron pureza y sencillez, gracia y verdad, misericordia y justicia; en ella no hubo nada que no fuese completamente santo. Ella fue el verdadero jardín cerrado, el jardín de delicias del Espíritu Santo, un jardín adornado con las más bellas flores, donde se respiraban los más deliciosos perfumes del fervor y la virtud. ¡Serías feliz si supieras encontrar en ella todas tus delicias!
II. No tenía otro deseo que no fuese agradar a Dios, ni otra voluntad que no fuese la de amarlo. Humilde de corazón, grave en su porte; la caridad, el silencio, la mortificación eran sus delicias; perseveraba en la oración, en la lectura de los libros sagrados, en la práctica de todas las virtudes. Era dócil, comedida en sus palabras, y en su interior, constantemente recogida. Su rostro era modesto, su corazón humilde, y su voz respiraba recogimiento de espíritu. Querer el bien de todos, honrar a los superiores, condescender con sus iguales, huir de la ostentación, escuchar solo la voz de Dios y de la conciencia, atender al trabajo y a la oración: este era el vivir de María, esto es lo que practicaba. Nunca se le percibió un movimiento de cólera; de su boca salían todas las palabras tan impregnadas de dulzura, que solo esto bastaba para reconocer que en ella moraba el espíritu de Dios; sus miradas eran tan puras, que inspiraban virtud; su compostura era tal, que no era posible verla sin sentirse irresistiblemente atraído como por un reflejo de divinidad: en fin, su andar, la majestad de su porte, las facciones de su rostro, el tono de su voz, su exterior, todo era un espejo en el que se veía un alma bella, un espejo en el que se reflejaban todas sus virtudes. Dime: ¿Merece o no ser amada por ti esta Madre tan amorosa y tan amable?
III. ¡Qué maravilloso espectáculo era ver las virtudes más sublimes todas juntas en la Virgen con las cualidades más amables! ¡Qué bondad! ¡Qué ternura de corazón! ¡Qué nobleza y qué grandeza de alma! ¡Qué juicio tan profundo! ¡Qué majestuosa elegancia y qué primor de formas! ¡Qué dulzura al hablar! ¡Qué gracia, qué delicadeza en todas sus maneras! Si la vieras, verías a la más dulce, la más sabia, la más amable de todas las madres. Verías a la más perfecta, la obra maestra más radiante que, después de mi humanidad, jamás salió de las manos del Altísimo. La tomarías no por una criatura mortal, sino por uno de los más sublimes espíritus celestiales, descendido a la tierra en forma humana. ¿Y tu corazón no se encenderá de amor por tal Madre? ¿No te inflamarás en el deseo de verla? ¡Oh, hija mía, dónde encontrarías una Madre tan amable como María?
FRUTO
Toma la firme resolución de darle a María Santísima un lugar distinto en tu corazón, con preferencia a cualquier criatura. San Felipe Neri decía que María era su consuelo y sus delicias. Y, en verdad, si reflexionaras en la belleza, en la bondad, en la santidad de María, no hallarías placer más puro y más dulce que amarla con fervor. Habla muchas veces amorosamente con ella; procura agradarle en todas las cosas; renuncia generosamente a todo afecto que pueda hacerte menos amante de María. – Hoy, por amor a ella, observa una gran modestia en tus ojos.
AFECTOS
¿Y quién no te amará, oh Virgen incomparable, Madre tan amorosa, tan bella, tan dulce y amable? ¡Llena estás de bondad, llena de afabilidad; estás enriquecida con todas las virtudes, adornada con las gracias más preciosas! Sí, mi amadísima Madre, serás siempre, después de Dios, el primer objeto de mi amor; serás mis delicias más queridas, mi más dulce consuelo, mi más suave contentamiento. Si alguien dedica su corazón a otro objeto, yo nunca lo haré; porque pondré toda mi felicidad en amarte. Haz, oh Madre, que así como mi corazón se ha enamorado de tus virtudes, así se abrase siempre en tu amor, solo en ti piense y solo por ti suspire. María, ¡oh dulce María! Alegría y complemento de mi corazón, no consientas que en ningún momento me aparte de tu amor.
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