Gloria de María
I. Si los ojos no han visto, si los oídos no han oído, si el corazón del hombre no puede comprender lo que he preparado para aquellos que me aman, dime, hija mía, ¿qué no habré hecho yo por aquella que me dio la vida? ¡Oh! ¡Cuánto María supera en gloria a todos los demás habitantes de la corte celestial! ¿Y qué proporción puede haber entre la gloria de mi Madre y la de mis siervos? Hay una diferencia casi infinita entre ser mi Madre y ser mi siervo; y por eso debe también haber una diferencia casi infinita entre María y los otros bienaventurados. Así como el sol supera en brillo a todas las estrellas del firmamento, así también, y aún con mayor verdad, María supera en gloria a todos los ángeles y a todos los santos del cielo. La gloria de que goza actualmente en el cielo es proporcional a las gracias que recibió en la tierra; y, como en ella se reúnen en el más alto grado todas las gracias, todos los méritos de los ángeles y de los santos, es con justísimo título que ella ahora está por encima de todos los coros de los ángeles y jerarquías de los santos. ¡Oh, hija mía, cuánto debes alegrarte de tener una Madre tan gloriosa! ¡Cuánto debes considerarte feliz por amarla!
II. ¡Oh! Si se te diera contemplar de cerca la gloria de María, tu Madre, ¡cuántas bellezas, cuántas maravillas descubrirías! Verías a María sentada a mi derecha en un trono real, revestida del sol y coronada de estrellas. Verías a los santos y a los ángeles diligentes en prestarle sus homenajes, como a su reina y soberana. Verías a la augusta Trinidad derramar sobre ella los más ricos tesoros de sabiduría, bondad y poder, coronándola reina del cielo y de la tierra. En una palabra, en María verías todo lo que hay de más bello, más dulce, más encantador, después de Dios y de mi humanidad; verías a quien, después de Dios y de mi humanidad, es la alegría de los bienaventurados: ¡y te enorgullecerías de tener tal Madre! Y ya que aún no puedes contemplarla en su gloria, esfuérzate por obtener algún día este favor, sirviéndola ahora y amándola con toda tu alma.
III. Mira los honores que le hacen aquí en la tierra, y de ellos concluye cuál será la gloria y honra que goza en el cielo. ¿Dónde no es María honrada con culto muy especial? ¿Dónde no resuena su nombre en los cánticos e himnos de la Iglesia? ¿Dónde no hace María resplandecer su poder en favor de los que la invocan? Mis doctores no cesan de exaltar en sus escritos; mis ministros la imploran todos los días en nombre de toda la Iglesia; por todas partes templos y altares, por todas partes ofrendas; por todas partes fiestas en su honor. El culto de María ha atravesado las edades y los siglos sin sufrir la menor alteración; y, lejos de debilitarse, aumenta cada vez más, y se propaga y reanima. Si esto es así, ¿cómo podrás negar tu corazón a esta Madre incomparable? ¿Podrás negar tus homenajes a aquella que el mundo entero reverencia?
FRUTO
Considera como una gran honra ser hija de María, y nunca te avergüences de dedicarte a ella sin la mínima reserva. Alégrate de la gloria de que ella goza en el cielo, y procura compartirla algún día, amando a María desde ya y pidiéndole que te obtenga esta gracia. Este era el gran deseo de San Estanislao Kostka. Este amado hijo de María tanto hizo con sus instancias y oraciones, que, a la edad de dieciocho años, tuvo la gran felicidad de expirar en el mismo día de la Asunción de María, yendo a celebrar su fiesta en el cielo. - Reza tres Glorias con la cara en el suelo, para agradecer a la Santísima Trinidad la gloria a la que elevó a María Santísima.
AFECTOS
¡Oh gloriosa Virgen, Reina del cielo y de la tierra! ¡Cuánto me alegro de la inmensa gloria que gozáis en el cielo, colocada por encima de todos los coros de los ángeles, junto al trono de Dios! ¡Ah! ¿Cuándo llegará el momento en que deje este destierro para ir a vos! ¿Cuándo llegará ese momento, mi Madre dulcísima, cuándo llegará? Mi corazón desfallece con los deseos de veros. ¡Oh mi soberana Señora, no desprecies a esta miserable hija, que no cesa de suspirar por vos! Nacida de madre culpable sobre la tierra del destierro, a vos clamo, por vos suspiro, gimiendo inconsolable en este valle de lágrimas. ¡Oh mi querida abogada, os pido, os suplico que, desde ese resplandeciente y sublime trono en que estáis sentada, volváis a mí vuestros ojos misericordiosos, para que pueda merecer con una vida santa veros y alabaros en el cielo por toda la eternidad!
ORACIÓN JACULATORIA
"¿Cuándo compareceré yo delante de María?"
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