Cuánto importa perseverar en el amor a María
I. He cumplido, hija mía, la tarea que me había impuesto. Te he mostrado cuánto debes amar a la Santísima Virgen; te he expuesto claramente los motivos más capaces de tocar tu corazón: mi propio ejemplo, las perfecciones de María, el amor que ella te tiene y el que te tendrá siempre más, a medida que tu amor se inflame más. Te he hecho conocer los grandes bienes que debes esperar de esta tierna Madre, amándola y honrándola con todo el fervor de tu corazón; te he enseñado, en fin, lo que debes practicar para serle agradable. Ahora, a ti te corresponde aprovechar estas salutares instrucciones. ¡Desdichada de ti, si alguna vez te apartaras del amor y la confianza que debes a esta Madre tan amada! ¡Desdichada de ti, si alguna vez dejases de rendirle tus homenajes! Sería cerrar por tu propia mano el canal de las gracias, y tendrías motivo para temer por tu eterna salvación. Porque, hija mía, si es señal de predestinación ser verdadero y constante devoto de María, no serlo es señal de reprobación. Nunca olvides esto.
II. De hecho, no ignoras que yo soy el único mediador entre Dios y los hombres; nadie puede salvarse sino por mí, y por ningún otro hay salvación posible. Así como yo soy el único mediador, por vía de mérito, ante mi divino Padre, así también María es la principal mediadora, por vía de intercesión, ante mí. Es pues a ella a quien deben dirigirse las almas para obtener de mí las gracias necesarias para la salvación eterna, porque, como ya te he dicho, constituí a María depositaria de todo el precio de la redención; de modo que no hay gracia, no hay consolación, no hay medio de salvación que no venga a ti por su intercesión. Ella es la tesorera y la dispensadora de mis gracias, es el canal por el cual Yo suelo derramarlas sobre mis fieles. ¡Desdichado quien no recurre a la beneficencia de María! ¡Siempre será pobre y miserable! ¿Querrías tú, hija mía, reducirte a tal deplorable estado?
III. ¡Ah! Hija mía, si dejas que se apague en tu corazón el amor a María, con razón deberás temer una maldición mucho más funesta que la pronunciada por David contra las montañas de Galgadón, y quedarte para siempre sin la lluvia y el rocío de las gracias eficaces. Mi voluntad es que mi Santísima Madre sea honrada y amada por todos. Lo que no me haga la voluntad no espere de mí ojos misericordiosos ni ser favorecido con mis bendiciones especiales. Así como quise que María, dando su consentimiento para mi encarnación, fuera el principio de todos los bienes que preparé para los hombres, así también deseo que ella sea el canal de estos bienes. Quien encuentra a María, encuentra la vida; pero quien se aparta de ella no dejará de correr hacia la perdición eterna. María es la escalera del paraíso y la puerta del cielo; ¡desdichado quien no sube por esta escalera ni entra por esta puerta! ¿Aún será posible que, a la vista de tantos motivos que te he presentado para mover tu tierno amor hacia María, no quieras amarla y te expongas a tan gran peligro de perderte? ¡Ah! Hija mía, si deseas mi gracia y alcanzar la salvación eterna, no dejes de amarla y servirla. En sus manos te dejo. Propónte perseverar constantemente en su amor y serás feliz.
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