Amor de Jesús a María
I. Bien comprenderás, oh mi hija, que, puesto que te di a María por Madre, no puedo dejar de exigir de ti que la ames como hija. Pero, ¿cómo deseo que ames a esta tierna Madre? Ni más ni menos que como Yo la amo y siempre la he amado; Yo, que soy su único hijo por naturaleza. Si tú eres hija de María, si Yo me digné ser tu hermano, fue con la condición de que amarías a mi Madre tanto como Yo la amo. Ahora bien, ¿a quién podré Yo, después de Dios, amar más tiernamente que a mi querida Madre, que tanto me amó y que es la más amable de todas las criaturas? ¡Ah! Mi hija, si pudieras comprender cuánto amé y cuánto amo a esta tierna Madre, la amarías también con todo tu corazón, aunque solo fuera por amor a mí.
II. Desde la eternidad la amé, la amé desde el principio, la amé antes de que existiera algo. Ni el cielo ni la tierra existían todavía, y ya Yo la amaba; aún no había abismos, los ríos todavía no tenían aguas, las montañas aún no levantaban sus altas cumbres, y ya me complacía en amarla, y ella era todas mis delicias. Cuando a los cielos di su grandeza, y a los astros prescribí su curso; cuando marqué los límites a los mares, y a las aguas impuse leyes, para que no sobrepasaran sus límites marcados; cuando establecí los fundamentos de la tierra, y di vida a las plantas, a las hierbas y a los animales, ya entonces pensaba en María, regulaba y, por respeto a ella, disponía todas las cosas; porque ya entonces la había elegido para Madre, y la amaba más que a cualquier otra criatura. Ahora bien, considera si tengo o no motivos suficientes para querer que ames a mi Madre.
III. ¿Cómo explicarte la llama en la que me abrasaba cuando tomé carne en el seno virginal de María, y ella se convirtió en mi Madre? ¡Ah! Mi hija, ante una Madre tan santa, tan amable, tan amante, que solo por amor me dio la existencia; que me alimentaba, cuidaba de mí y todo lo hacía por puro amor; que por mí sufría tantos trabajos, fatigas y privaciones; que solo en mí pensaba, que solo por mí suspiraba, que solo para mí vivía, yo sentía mi corazón tan abrasado de amor, que el amor de todos los hijos más tiernos no sería nada comparado con el mío. ¡Oh! ¡Cuán dulces eran las palabras que le dirigía! “¡Qué hermosa eres!”, exclamaba Yo a veces en un acceso de mi amor infinito, “¡qué hermosa eres, mi querida Madre! Eres toda bella, toda amable; innumerables son las almas santas que amo, pero solo conozco una paloma, que es mi amada. Mi amada es toda mía, y yo soy todo de ella.” Ella era mi alegría, el consuelo de mi vida, el jardín de mis delicias sobre la tierra. Su vista solo bastaba para dar serenidad a mi alma, tan amargada por la ingratitud de los hombres. ¡Cuánta alegría sentía al ver a mi tierna Madre amada y reverenciada por todos los que la conocían, y que ella era el deleite de los propios ángeles! Por eso, mi hija, si quieres hacer algo agradable a mi corazón, ama, ama a mi tiernísima Madre, que también es tu Madre; ámala, que bien digna es de tu amor; ámala, que por ese amor tuyo te estaré íntimamente agradecido. Dame esta consolación: ámala de todo corazón, porque cuanto más la ames, más querida serás de mí. Pero... si no la amas, ¡sabe que tampoco Yo te amaré a ti!
FRUTO
No hay nada más glorioso que andar en los caminos del Salvador. De aquí en adelante, ama a la Virgen María. Ámala como Jesús la amó, es decir, después de Dios, ámala más que a todas las cosas, y con el amor más tierno y ardiente que te sea posible, y testifícale este amor, no solo con palabras, sino también con obras. Ámala siempre con Jesús, uniéndote a Él para invocar y ofrecerle tus homenajes, siguiendo el ejemplo de Santa Gertrudis, quien aprendió esta práctica del propio Jesús. Hoy ofrécele treinta y tres veces tu corazón, en memoria y unión del amor que le tuvo el amantísimo Corazón de Jesús durante los treinta y tres años de su vida mortal.
AFECTOS
¡Oh mi dulcísimo Jesús! ¿Cómo podré amaros sin amar también a vuestra Santísima Madre, a quien tanto amasteis? ¿Cómo podré llamaros con el dulce nombre de hermano si no amo a vuestra Madre, la amabilísima Virgen María? ¿Cómo enorgullecerme con el título de hija de María si no la amo como Madre? ¡Ah! Madre de amor, Madre amabilísima, sí os amo, y me atrevo a esperar que siempre os amaré con el más tierno amor. ¡Quién me diera amaros como deseo y como vos lo merecéis! Pero, mi Madre, obtenedme que este amor, aunque débil e imperfecto, que os ofrezco en unión con el amor perfecto e infinito que os tuvo y os tiene vuestro único Hijo, Jesús, se vuelva cada vez más enérgico, cada vez más ardiente, cada vez más filial. Así me atrevo a esperarlo; y así sea.
ORACIÓN JACULATORIA
"Jesús y María, haced que sea todo vuestro."
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