María es Nuestra Madre
I. ¡Oh, hija mia, cuán dulce es para mí el deseo que tienes de honrar a mi Santísima Madre! Te aseguro que todo lo que practiques en honor de María se convertirá en una grandísima ventaja para ti. Sin embargo, estaría aún más complacido, y también sería más útil para ti, si, no satisfecha con honrarla como tu soberana y abogada, la honraras, además, como tu Madre; si sintieras hacia ella toda la ternura de la hija más amante hacia la más amable de las madres: esto mismo desea María de todo corazón. Escucha, pues, atentamente mis palabras, y te mostraré cuánto debes amar a esta amabilísima Madre; te mostraré lo mucho que de ella puedes esperar, si la amas con amor verdaderamente filial; finalmente, te enseñaré todo lo que debes poner en práctica para amarla como ella desea ser amada. Y, antes que nada, ¡escúchame! No puedes dudar de que María es realmente tu Madre, no según la carne, sino según el espíritu; ¿y acaso no es la vida del alma incomparablemente más preciosa que la del cuerpo? Sabes muy bien que, al tomar yo la naturaleza humana en el seno purísimo de la Virgen, por la salvación de los hombres, no solo los restablecí en sus derechos primitivos de los que habían sido despojados por el pecado de Adán, sino que también les comuniqué una vida más abundante, queriendo que fueran mis propios hermanos. Y esta es la razón por la cual el Evangelista me llama vuestro hermano primogénito; esta es la razón por la cual tanto me complacía en dar a mis discípulos el dulce nombre de hermanos, y por la cual impuse a todos los hombres en general el deber de llamar a mi Padre como su Padre, cada vez que recurran a Él en sus necesidades. Pero si yo soy el hermano primogénito de los fieles, ¿por qué no será María, que me concibió, la Madre de todos ellos? ¿Por qué no será entonces ella tu Madre? Sí, mi hija, María es tu Madre; así debes considerarla y amarla, porque te dio la vida de la gracia, dándote al autor de ella, y porque yo, antes de expirar en la cruz, expresamente te la di por Madre.
II. Desde el momento en que la Santísima Virgen consintió en mi Encarnación, asumió inmediatamente tu salvación, la pidió, la solicitó con los deseos más ardientes, llevándote desde entonces en su seno; y esta ternura maternal continuó durante toda su vida. Pero fue principalmente en el Calvario que ella, en medio de los dolores, te tomó por hija, cuando al pie de la Cruz ofreció al Padre Eterno mi vida por tu salvación. Viendo esta Madre de amor que solo con mi muerte podías tener vida, y que yo con alegría aceptaba la muerte, humildemente sumisa a los decretos eternos, unió su voluntad con la mía, y prefirió hacer a Dios el sacrificio de su Hijo Jesús, antes que ver a la humanidad eternamente perdida. Por lo tanto, con justísimo título, María quedó siendo la Madre de mis hermanos, ya que, con su ardiente caridad, contribuyó a vuestro nacimiento espiritual. Aquí tienes que María es tu Madre y le debes eterno reconocimiento.
III. Pero, ¿acaso no la constituí yo también como tu Madre? ¿Acaso las últimas palabras que le dirigí desde la Cruz no fueron para recomendarle, en la persona de Juan, a todos los que son mis discípulos? Sí, mi hija, me acordaba de ti, cuando le dije a mi Madre: “He ahí tu hijo”; y cuando le dije al discípulo, mostrándole a María: “He ahí tu Madre”; era a ti a quien me dirigía, era a ti a quien daba a María por Madre. Evalúa, pues, cuál fue mi amor hacia ti; fue tan grande que quise que fueras llamada (y lo fueras realmente) hija de María. ¿Podrá alguna vez esta buena Madre olvidar mis últimas recomendaciones y dejar de adoptarte por hija? Solo de ti depende tenerla por Madre; cuanto más amor le muestres, más tierna y generosa se mostrará contigo. ¿Qué deberás hacer entonces? ¿Dudas? ¡Oh! ¿Y puedes aún un solo instante dudar en consagrarte a María para siempre?
FRUTO
Conságrate a María; y de aquí en adelante consíderala como tu Madre. Invoquela con este nombre, ámala con un amor filial, recurre a ella con toda la confianza y toda la ternura de una buena hija. Santa Teresa, siendo aún niña, habiendo perdido a su madre, corrió a postrarse delante de una imagen de la Santísima María, y suplicó a la Virgen que se dignara ser su Madre. Y bien eficaz fue su súplica: María se desveló siempre maternalmente por Teresa. Ve tú también delante de una imagen de María, arrodíllate a sus pies; y allí, ruega a esta Santísima Virgen que sea tu Madre, y conságrate a ella por completo; prométele que, mientras vivas, la honrarás y amarás con filial ternura. Renueva muchas veces esta consagración, principalmente en sus principales festividades.
AFECTOS
¡Oh amabilísimo Redentor! ¿Qué acciones de gracias os rendiré por haberme dado por Madre a vuestra incomparable Madre? ¡Oh María, Madre de Dios, de aquí en adelante se me permitirá no solo serviros y honraros como mi abogada y soberana, sino también amaros como Madre, recurrir a vos como una hija a su madre! A vuestros pies postrada, irrevocablemente os elijo por mi Madre, y a vos me consagro totalmente. ¡Ah! Virgen augusta, no miréis mi miseria e indignidad; pero, por amor de vuestro carísimo Hijo Jesús, recibidme entre vuestras hijas, y mostradme que sois mi Madre, haciendo que cada vez me torne más digna de vos.
ORACIÓN JACULATORIA
"Mostrad que sois mi Madre"
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